SALVADOR ILLA: UN MINISTRO COMO NINGUNO

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Salvador Illa: adiós al anonimato de la Sanidad. (Dani Duch / Pool / El País)

Por encima de la valoración política que merezca la gestión de Salvador Illa al frente del Ministerio de Sanidad -extraordinaria para el Gobierno y muy criticada por la oposición-, de lo que no cabe duda es de que el ya candidato a la Generalitat de Cataluña ha sido un ministro como ningún otro de los que han pasado por el Paseo del Prado en los últimos 25 años. La pandemia ha catapultado su imagen pública y le ha convertido en uno de los rostros del Gobierno más reconocible para la sociedad española. Parece increíble, habiendo sido ministro de Sanidad y durante un solo año.

Antes de Illa y del SARS-CoV-2, ser ministro de Sanidad era un logro muy importante en el sector, pero una circunstancia menor en la política nacional. La misma expectación que la llegada del nuevo titular generaba siempre entre los agentes sanitarios se convertía en desidia, cuando no en desconocimiento, para el resto del país. Ser ministro seguía importando, qué duda cabe, pero la cartera de Sanidad era lo que era. Y todo el mundo, empezando por el propio ministro de turno, lo asumía con naturalidad.

Si la importancia de los ministerios se mide por la financiación que reciben en los Presupuestos Generales del Estado, Sanidad dejó de ser importante cuando se completaron las transferencias y desapareció el Insalud. De un año para otro, el Ministerio menguó hasta casi desaparecer, y a cada crisis de Gobierno, siempre aparecía la sombra de una Secretaría de Estado como modo más apropiado de dar estructura administrativa a una competencia que se había desplazado definitivamente al ámbito autonómico.

En plena tercera ola y sin saber cuándo acabará de verdad la pandemia, parece un atrevimiento pensar en el Ministerio de Sanidad del futuro. Pero, una vez más, los árboles frente a nuestras narices no deberían impedirnos ver el espléndido bosque. El protagonismo de Illa, que es en realidad el protagonismo de la Sanidad entera, se va a trasladar de inmediato a la nueva titular, Carolina Darias. Porque, mientras el coronavirus siga suelto, vamos a vivir pendientes día y noche de cada una de las decisiones y declaraciones de la ministra. Que es tanto como decir que la sociedad entera seguirá muy concernida por cómo se está gestionando la pandemia desde la autoridad que debe hacerlo. Por encima incluso de las consejerías autonómicas.

Esta inercia se va a mantener, sí o sí. La cuestión es saber si la Sanidad va a ser capaz de aprovechar este tirón público, que todavía desconocemos cuánto durará, para convertirse en una de las materias estrellas de cualquier Gobierno que se precie. Y que el futuro presidente que deba constituir su nuevo Gabinete, sea del color que sea, tenga que pensar en primera instancia quién será su titular de Sanidad. Y que en esa decisión trascendente, comprenda que puede estar obteniendo el primer gran éxito de su mandato. Y que no haya Vicepresidencia o Ministerio de Economía que impongan su aureola y alcance por sistema y sin discusión alguna.

La oportunidad es ahora, sigue ahora: porque nunca hubo un ministro de Sanidad como Illa y seguramente tampoco la habrá como Darias. Seguidos, escudriñados y analizados permanentemente. Ojalá que sus sucesores también lo sean, pero sin que tengan que dar cuenta a diario de una pandemia, felizmente, y al fin, superada.

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