Mucho antes de darme cuenta de que también se podía escribir sobre la sanidad, el Sistema Nacional de Salud era por entonces una entidad incierta, llamada a misiones cruciales para el bienestar de la sociedad española pero sin una mínima estructura organizativa que le diera forma y que, por tanto, garantizara el cumplimiento de su propósito más básico. Como otros de su naturaleza, el sistema nacía como la suma de sus miembros, los servicios públicos de salud, pero ahí se quedaba, sin llegar siquiera a insinuar un necesario camino de coordinación y, por qué no, de integración. Más que una realidad, el SNS fue una pura ficción desde su misma enunciación legislativa.
Mucho más real y seguramente irrepetible fue el Insalud, feliz acrónimo del Instituto Nacional de la Salud, el mayor organismo provisor de asistencia sanitaria de España, cuyas dimensiones en actividad y recursos son hoy sencillamente incomparables. En sus poco más de 20 años de vida, el Insalud hubo de afrontar muchos problemas pero a buen seguro que ninguno de ellos relacionado con la descoordinación de sus direcciones territoriales o con la inequidad en el acceso a servicios y prestaciones. Precisamente los mismos inconvenientes que hoy ven los pacientes en sus respectivos y minúsculos servicios de salud.
Siempre me gustó, y compartí, una sencilla y efectiva definición de la transferencia de las competencias sanitarias a las comunidades autónomas: una forma de acercar un servicio básico al ciudadano. Para mejorarlo, se suponía, se intuía o simplemente se daba por hecho. Pero no. Asumir una nueva responsabilidad no fue sinónimo inmediato de progreso. Al contrario, muchas comunidades autónomas comprendieron calladamente hasta qué punto era comprometido gestionar la sanidad, y no solamente porque dispusieran de menos presupuesto del esperado.
Una transferencia indiscutida
Desde luego, si alguien pensó que las exitosas experiencias de autogobierno sanitario de Cataluña o País Vasco se iban a reproducir sin más en el resto de autonomías por el mero hecho de demostrar voluntad política y de hacer trabajar al Ministerio de Administraciones Públicas, ciertamente no podía estar más confundido. Es cierto que la transferencia sanitaria era consecuencia obligada de una decisión superior, de índole constitucional, del modelo de Estado que se abrió paso, a duras penas, para que el fin de la infame dictadura no terminara abruptamente. Nadie discutió su idoneidad, al menos públicamente: los políticos eligieron el momento y los gestores ejecutaron el plan. Un asunto administrativo, vamos, despachado como un expediente más.
Los nuevos responsables autonómicos, con esa tendencia tan odiosa de demonizar el pasado para hacer más atractivo el presente, se apresuraron a cuestionar la calidad de los servicios recibidos y a quejarse amargamente de la insuficiencia financiera heredada. No se oyó a nadie replicar tales acusaciones, que comprometían la profesionalidad de muchos gestores y técnicos. Porque, seguramente, esa respuesta hubiera comprometido la oportunidad de la transferencia misma.
Cuando, en realidad, su ejecución era toda una osadía: trocear un servicio de salud en diez partes por un criterio exclusivamente territorial. Ocurrió entonces que nacieron organismos con más recursos de los precisos para atender a su población (Madrid, sin ir más lejos, que tuvo que tener nada menos que dos entidades diferentes, para gestionar la abundancia y la disparidad de regímenes laborales) y otros que se quedaban claramente escasos.
En la transferencia, tampoco se discutió sobre otro asunto capital, que también llega hasta nuestros días: el modelo de gestión de los hospitales. La Administración General del Estado vino a decir a cada autonomía algo así como ‘toma la sanidad y corre’, que ya sabrás cómo gestionarla. Y la respuesta fue, salvo contadas excepciones, decepcionante: la gestionaré igual que siempre. El modelo de gestión pública y directa es hoy más incontestable que hace quince o veinte años, lo cual es inaudito. La nueva gestión nació bajo sospecha y apenas se ha podido desarrollar y mucho menos evaluar sin prejuicios. Y de la colaboración público-privada, qué decir, salvo que la política ha hecho un buen trabajo para desnaturalizarla y finalmente transformarla en un término horripilante e inexacto: privatización.
Los profesionales decisores
Pese a este incontestable triunfo de la política, estoy convencido de que todavía existe una sanidad pensante que tiene muy claramente identificados los grandes problemas de nuestro SNS, desde el rigor y la experiencia. No solamente eso, sino mucho más importante aún: tiene en mente cuáles serían, con mucha probabilidad, las soluciones. Esa sanidad la forman profesionales decisores, que llevan en el sistema toda su vida, y que, al margen de la responsabilidad que en cada momento les haya tocado ejercer, siempre han tenido un sentimiento de pertenencia que les aleja profundamente de la evanescencia de los políticos.
Es verdad que algunos de ellos han tenido que ejercer, en algunos casos, cargos políticos. Pero, francamente, ha merecido más la pena escucharles cuando estaban fuera de los focos y lejos de los micrófonos. Cuando reflexionaban en libertad.
A todos ellos, a los que, de una manera u otra, han dirigido estructuras sanitarias y se han responsabilizado de resultados asistenciales y de desempeños profesionales, me quiero dirigir a través de este pequeño blog que, casi veinte años después de llegar al sector, puede ser una buena manera de agradecer todo el conocimiento que he recibido. Pienso en responsables, cargos y directivos de servicios de salud, de hospitales públicos y de clínicas privadas, de áreas de atención primaria, de centros de salud, de servicios de urgencia y emergencia y de cualquier otro dispositivo asistencial. Incluso en todos aquellos profesionales que desarrollan su trabajo en el ámbito sanitario y en cuyas orientaciones o indicaciones se apoyan otros muchos para desarrollar sus tareas diarias. Todos esos prescriptores que no necesariamente recetan medicamento alguno, pero sí ofrecen instrucciones o reglas para ejecutar un trabajo o conocer mejor una disciplina. Y que, por lo tanto, tienen una influencia evidente en su entorno profesional.
Ellos forman esa sanidad pensante que ha moldeado el sistema y lo ha hecho sostenible, más allá de ocurrencias y caprichos políticos. Y a ellos estarán dedicados, de una u otra forma, los comentarios, las impresiones y las opiniones que, desde hoy, este blog sea capaz de publicar y de compartir. Bienvenidos.