Sindicalista, mutualista y médico, Juan Blázquez estuvo en la cima del corporativismo profesional hace muchos años, tantos, que ya no hay casi recuerdos de aquella etapa. Su fallecimiento ahora nos hace recaer en que abandonó la vida pública hace también mucho, pero su paso por la Sanidad no fue en absoluto intrascendente. De hecho, llegó a convertirse en un líder profesional y se esforzó en desarrollar una representación e interlocución sindical del máximo nivel, a través de la por entonces desconocida CESM. También quiso transformar y modernizar la mutua de los médicos, PSN, y fue aquí donde comenzó a declinar su figura.
Conocí a Blázquez en la primavera de 1997 cuando fue destituido como presidente de PSN, junto a todo su Consejo de Administración, tras un acta de inspección administrativa que desvelaba no pocos desequilibrios y problemas contables. Aquello tenía pinta de ser un problema importante porque PSN administraba los ahorros de muchas generaciones de médicos y otros profesionales sanitarios. Y la medida adoptada por el Gobierno fue realmente expeditiva.
Me habían hablado de un hombre altivo, orgulloso, casi impenetrable, al que era muy difícil acceder, y casi imposible entrevistar. Y lo que encontré fue un hombre acorralado, incrédulo, superado por una situación que no terminaba de comprender. Intentaba defender a toda costa su nombre e imagen y no terminaba de comprender cómo los que no hacía mucho le admiraban y reverenciaban, de pronto habían desaparecido de la escena.
Quizá lo que no pudo entender en ese momento, y en el largo calvario judicial que le vino después, fue no encontrar el apoyo de sus compañeros médicos a los que tanto había defendido y representado. Que ese corporativismo que tanto había peleado por introducir en el ejercicio de la Medicina no se ejerciera precisamente con él, aunque solo hubiera sido en agradecimiento por los servicios prestados.
Un año después de su destitución, la Administración archivó el expediente sancionador abierto, en una suerte de perdón público que no sirvió para regresar al inmediato pasado: de hecho, Blázquez ya nunca recuperó el fulgor y el empuje de antaño. El mismo que le llevó a casi inventarse el movimiento sindical médico, en la década de los ochenta, un concepto por entonces inexistente y casi contradictorio. Y el que luego le permitió acceder a la presidencia de PSN, donde estuvo casi una década para introducir cambios de notable calado en su organización y alcance público y sectorial, al hilo de la profunda transformación que venía viviendo España.
Blázquez es un buen ejemplo de ídolo caído que nos obliga a hacer una reflexión sobre por qué la reverencia está en ocasiones tan cerca de la crítica feroz. Qué nos generan esas personas que llegan muy arriba y que luego caen sin freno alguno, empujados por una inercia inexplicable que quizá solo se entiende por la altura alcanzada en sus tiempos de esplendor. Ya digo que yo apenas conocí al líder indiscutible y sí al médico atemorizado, huidizo, desconfiado, al que cualquiera que pasara a su lado le parecía un enemigo de postín. Y es verdad que el lado humano de ese hombre acorralado merecía haber sido un poco mejor reconocido.
Más allá de sus errores y aciertos, recordar hoy a Juan Blázquez es volver a los orígenes del corporativismo médico formalmente organizado e institucionalmente consolidado. Una circunstancia que hoy es tan indiscutible como incierta en su principio y que necesitó del empeño de líderes como Blázquez para llegar a ser la realidad que es hoy.