El futuro sanitario de Granada ha dado un vuelco imprevisible gracias a la claridad expositiva y a la capacidad de convocatoria de Jesús Candel, un anónimo médico de urgencias, convertido de la noche a la mañana en un héroe social con sobrenombre y todo: Spiriman. Su propuesta para organizar los servicios sanitarios de la ciudad andaluza parece ser más viable, y razonable, que la de todo un Servicio Andaluz de Salud y la Consejería que le da pulso político. Su titular, Aquilino Alonso, no ha tenido más remedio que reconocer que su modelo no ha funcionado y que habrá que cambiarlo. Algunos ya ven razón suficiente como para que dimita. O para que le destituyan.
Poco importa a estas alturas si la propuesta de la Junta de Andalucía para reordenar la atención sanitaria de Granada era una opción viable para mejorar la situación de partida. A veces, los cambios son entendidos como amenazas al mantenimiento de una situación que, con sus errores, es considerada aceptable. Y la reacción que provocan se suele llevar por delante todos los argumentos y la posibilidad de discutirlos a fondo. Eso parece haber ocurrido en Granada, donde triunfa la visión planificadora de un solo médico de urgencias, con un incontestable apoyo popular, frente a todo un ejército de técnicos y funcionarios del SAS y la Consejería de Salud, cuyo criterio queda seriamente en entredicho.
Granada quiere dos hospitales completos, de eso no cabe duda alguna. Y no quiere saber nada de que le cierren parcialmente un hospital o le trasladen otro, aunque eso suponga una posible mejora de la atención recibida. Gracias a Spiriman, la gente ha interpretado que lo que su Gobierno les vendía como fusión era en realidad un ajuste de tomo y lomo, un recorte en toda regla de sus derechos como ciudadanos. Y ahora a ver quién es el guapo que dice lo contrario. Entre otras cosas, porque ha sido el propio consejero Aquilino Alonso el que ha admitido públicamente que el proceso no ha tenido el suficiente respaldo, ni profesional ni social.
Todo ello pese a que las cualidades de la propuesta original fueron elogiadas por un actor ajeno al calor de la confrontación granadina. Sedisa, la sociedad que agrupa a los directivos de salud, proclamó públicamente su respaldo al proyecto de la Junta andaluza puesto que, a su juicio, la reordenación planteada era sinónimo de mejora de la asistencia. Y recordaba además el criterio de otro agente al que también se le presume imparcialidad: el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía, que entiende la fusión planteada como la mejor manera de prestar el servicio sanitario público.
Ninguno de estos (autorizados) criterios amilanó a Spiriman y su autoridad planificadora. Es normal, sus argumentos directos, comprensibles, apelando al corazón de las gentes son bastante más efectivos que todos los tratados de gestión sanitaria. “Dadme los documentos” que explican la propuesta de fusión hospitalaria, clama con ardor Spiriman desde las redes. ¡Cualquiera se los da!, con ese tono inquisitivo, mitad burla, mitad amenaza, que no suele ser el habitual de ninguna mesa de negociación, por informal que sea.
Sea como fuera, y al margen de que Spiriman no es el primer ejemplo de la politización de la sanidad, por un lado, y de que la comunicación de las reformas sanitarias, por muy justificadas que estén, es crucial para que puedan salir adelante, lo cierto es que Granada tiene muchas probabilidades de tener un modelo sanitario diferente al concebido por sus autoridades políticas, democráticamente elegidas por la mayoría. Saldrá adelante otra propuesta, ojalá que fruto de conversaciones, diálogo, entendimiento, pero puede que también de equilibrios, de cesiones y hasta de cálculos que poco tengan que ver con lo que, de verdad, necesita la ciudad.
Que Spiriman, o cualquier otro ciudadano con talento para explicar y amplificar una propuesta de planificación sanitaria, tenga más éxito que todo un consejero de Salud a la hora de determinar el futuro de un servicio esencial en una gran ciudad es la gran evidencia del profundo cambio al que estamos asistiendo en la concepción y ejecución del diálogo social y político, gracias sobre todo a la revolución tecnológica. Que, al fin, también está llegando a nuestra inamovible sanidad, que sigue encantada de haberse conocido.