Pese a todos los graves y recurrentes problemas que le acechan casi desde su mismo nacimiento, el Sistema Nacional de Salud ha venido siendo calificado como una gran Sanidad dentro del mundo desarrollado, a veces incluso la mejor. No sólo lo ha proclamado la autoridad de turno, sea del signo político que fuera: también han suscrito esta opinión numerosos expertos, informes, observatorios y agentes sanitarios de toda procedencia. En verdad, todos, de una manera u otra, llegamos a creerlo. Ahora, un virus y la pandemia que ha provocado nos ha puesto ante el espejo de la realidad, muy diferente a la que pensábamos.
Una voz autorizada como la de Rafael Matesanz, capaz de trabajar en ambas trincheras políticas y mantener a salvo su ascendencia e independencia, lo ha expresado con su habitual tino: “Nuestra sanidad no es la mejor del mundo. Era una ensoñación”. Y no ha hablado de impresiones, sino que ha puesto en primera fila los números: “Somos el país 25º del mundo en presupuesto per cápita y el 27º con relación al PIB”. Con esto da para unas prestaciones muy buenas. Pero nada más.
En el momento en el que el SNS ha tenido que responder al reto mayúsculo y desconocido de una pandemia, todo parece haber saltado por los aires. El virus está siendo para el sistema como una prueba de esfuerzo… que no está siendo superada. Había muy poco margen, sostiene Matesanz, y los fallos han empezado a surgir por todas partes. No hay otra opción que tomar buena nota y mejorar la financiación sanitaria además de emprender los cambios estructurales que sean precisos.
Pero resulta que, en paralelo a la consolidación del estado de opinión sobre las bondades del SNS, también viene siendo planteada la necesidad de una reforma a fondo, con más dinero y con cambios de raíz en las estructuras asistenciales, por esas mismas autoridades, expertos, informes, observatorios y agentes que han sido los primeros divulgadores de los elogios.
Apenas un lustro después de su nacimiento, el SNS recibió un primer y concienzudo diagnóstico de reforma profunda: fue el Informe Abril, cuyas recomendaciones no fueron muy lejos en la práctica, aunque sí han gravitado en torno al debate sanitario y lo han marcado periódica y elocuentemente durante años. Desde entonces, ha habido muchos intentos, generalmente de la mano de nuevos gobiernos que planteaban cambios de alcance que luego no llegaban a ser tales cuando se redactaban finalmente en la ley.
Además de desbaratar la idea de un gran sistema sanitario (y por tanto, intocable), la pandemia ha puesto el acento en aquellos frentes en los que va a ser necesaria una reforma, un cambio, una consideración apropiada acerca de su futuro, cuando menos: la salud pública y los profesionales sanitarios. Antes del virus, la situación de ambos era muy mejorable, pero ahora se hace inaplazable abordar un diagnóstico y, a renglón seguido, un tratamiento, seguramente de choque.
Y para que no se nos vaya la mano al otro extremo, habrá que salvaguardar y saber reconocer aquellas funciones sanitarias que, incluso en pandemia, han mostrado capacidad de respuesta y eficacia. Porque, afortunadamente, también las hay, y no son pocas. Que la mejor ensoñación del mundo no nos impida ver ahora algunas otras realidades de nuestro SNS que sí han sido, son y serán indiscutiblemente ciertas.