Cuando la sanidad ocupa espacio en la actualidad política, los gerentes y directivos de la salud se echan a temblar. Está ocurriendo en Andalucía, donde la pugna abierta entre Consejería de Salud y mareas ciudadanas -en este caso, con Spiriman a la cabeza- se ha cobrado dos víctimas muy relevantes: el viceconsejero Martín Blanco y el gerente del SAS, José Manuel Aranda. Hay una tercera, la gerente del hospital de Granada, Cristina López Espada. Los tres juntos, y los que vengan, ocupan el lado más débil de una cuerda en la que hay mucho de política y clamor social y muy poco de rigurosa planificación sanitaria.
A juzgar por la versión oficial ofrecida por el portavoz de la Junta de Andalucía, Miguel Ángel Vázquez, las salidas de Blanco y Aranda han sido voluntarias, “pasos atrás para facilitar las cosas y dar un nuevo impulso a la negociación”. Como si la permanencia en sus puestos de estos dos directivos, ambos con dilatada trayectoria en el sistema sanitario, fuera el argumento principal para que Granada siguiera en pie de guerra contra la fusión de sus dos hospitales. La gente está descontenta porque no tiene información suficiente, se temen lo peor para su sanidad y nadie ha podido transmitirles otra visión del problema. Además de que Spiriman está demostrando tener mucha capacidad de convicción y convocatoria. Seguramente más que conocimiento técnico sobre lo que necesita, o no, la sanidad granadina.
Al prescindir de sus servicios y darle una explicación social, no sanitaria, la Junta demuestra tener muy poco respeto público por los fundamentos profesionales de Blanco y Aranda. De hecho, acepta las dimisiones para intentar abrir un nuevo escenario negociador, pero no porque la Junta –el consejero, el portavoz o la mismísima presidenta Susana Díaz– crea que la propuesta sanitaria defendida por estos directivos sea errónea. Como en tantas otras ocasiones, las dimisiones más parecen destituciones ordenadas desde lo más alto. Y en este caso, también dirigidas para salvar de la quema al directivo sanitario más político, el consejero Aquilino Alonso. El mensaje institucional parece claro: sacrificamos a dos peones para aliviar la batalla y quizá reconducirla, pero todavía no entregamos al consejero, que sería tanto como admitir que la propuesta sanitaria para Granada era tal y como decían Spiriman y sus plataformas: equivocada.
La gerente López Espada razona su dimisión –esta sí que lo es de verdad- con una duda muy bien explicada: “Granada necesita dos hospitales, pero no creo que los necesite en la medida que defienden las plataformas”. Pero, a lo que se ve, la Junta parece darle más crédito al criterio ciudadano, totalmente legítimo, pero seguramente más endeble desde el punto de vista de la planificación. Las órdenes de fusión hospitalaria –la de Granada y también la de Huelva- fueron primero paralizadas y ahora derogadas. Quizá la primera tarea de la nueva viceconsejera y del nuevo gerente del SAS sea esbozar una propuesta que tenga el beneplácito social, aunque en lo referido a la sanidad suene a disparate.
En Andalucía está volviendo a ocurrir lo que pasó en la Comunidad de Madrid, con la fallida externalización de la gestión de seis hospitales, que finalmente terminó con un sonoro despropósito –la integración de esos centros en el Sermas-. Lo que aquí se terminó dirimiendo no fue cómo mejorar el sistema sanitario madrileño buscando fórmulas para una gestión más eficiente sino cómo desgastar al partido en el Gobierno a cuenta de la sanidad o cómo despejar el camino político proponiendo para tu servicio de salud lo que la gente te pide, no importa que tenga o no sentido o coincida con tu ideología y manera de ver las cosas.
Vuelve a primar la política en Andalucía, quizá porque la presidenta Susana Díaz no se puede permitir ahora, precisamente ahora, ningún resbalón que le dificulte sus aspiraciones para dirigir el PSOE. Y la sanidad, en concreto la sanidad de Granada, pues terminará siendo lo que sus ciudadanos pidan, gracias a políticos interesados y obedientes, que piensan más en los intereses a cortísimo plazo que en razones técnicas, que pueden disgustar a muchos, pero que seguramente son las más apropiadas para terminar ejecutando.