Se han cumplido 20 años del final del proceso de transferencia de las competencias sanitarias del Gobierno de España a las comunidades autónomas con la duda razonable sobre si el mastodóntico proceso terminó en aquel lejano invierno de 2002 o bien sigue abierto hasta nuestros días. Porque si bien es cierto que la descentralización como llave maestra para gestionar nuestra Sanidad, que había comenzado con el primer traspaso a Cataluña, en 1981, culminó con un esfuerzo final de ordenación de recursos y, sobre todo, de presupuestos que alcanzó a diez autonomías e implicó el último servicio al país del histórico Insalud (Instituto Nacional de la Salud), no lo es menos que muchos de los retos planteados entonces sobre cómo debía ser el nuevo Sistema Nacional de Salud siguen aún sin resolverse.
La edición de un libro conmemorativo, realizado por Bioinnova y patrocinado por AstraZeneca, ha servido para que algunos de los protagonistas de aquel proceso echen la vista atrás y valoren lo realizado, sobre todo ponderando la influencia que la transferencia tuvo en la construcción de la Sanidad que conocemos hoy en día y que muchos podrán pensar que siempre fue así. Pero no.
Otro elemento importante de reflexión es si la transferencia está hoy completamente acabada. Obviamente sí, si nos ceñimos al espíritu del legislador y a la realidad de que la sanidad está efectivamente descentralizada. Pero hay más dudas respecto a la conclusión de una transferencia que debería haber alumbrado otro tipo de sistema.
La transferencia culminó bajo gobierno del PP y con Celia Villalobos como ministra de Sanidad. Ana Pastor fue elegida ministra recién configurado el SNS completamente descentralizado, tal y como hoy lo conocemos. Para Pastor, el diseño inicial era idóneo, pero después vinieron los errores. Sobre todo uno, que no se ha subsanado aún: la falta de equidad en el acceso a la Sanidad, cuestión que ya existía antes de la culminación de las transferencias, pero que muy posiblemente se agravó después.
Para el exministro socialista Julián García Vargas, la transferencia alumbró un sistema interautonómico de salud y no un auténtico sistema nacional. Algo parecido sugiere otro ex alto cargo, esta vez del PP, Rubén Moreno, al titular su colaboración con el libro como Las transferencias sanitarias, del fin de un gigante al inicio de un mecano. Es claro que el gigante era el Insalud y el mecano los nuevos servicios autonómicos de salud. Y lo es aún más que entre un gigante y un mecano, el sentido común parece inclinar la balanza a favor del primero.
Con todo, el proceso obtiene, 20 años después, más alabanzas que críticas. Así lo cree otro exalto cargo, este socialista, José Martínez Olmos, que dice estar satisfecho de la contribución de la transferencia a la salud de los ciudadanos, a la economía del país y a la cohesión de la sociedad. Claro que se pueden mejorar ámbitos como la gobernanza o afrontar los retos demográficos, económicos o tecnológicos. Pero culminar la transferencia fue terminar de configurar la sanidad tal y como nos lo habíamos propuesto como sociedad.
Y eso ocurrió hace ahora 20 años.